domingo, 1 de marzo de 2015

EL ROBO DE LA CUSTODIA (cuento)





                                                           (Foto prestada)



Autor: Alejandro Cerqueira Cruzalegui, Trujillo, Perú,


 En ese tiempo cuando llegaron los padrecitos españoles a Pahuarpaz no había carretera, tampoco había cine, ni televisión. Las novedades del mundo moderno las llevaban los que estudiaban en la costa, cuando en ruidosas caravanas llegaban a pasar sus vacaciones de fin de año. Ellos llevaron la música de los Beatles, las tonadas de Leo Dan, bailes como el  twist, el rock, la cumbia; cada quien al abrir la maleta sacaba a relucir los paquetes de discos de 45 rpm. con estos nuevos sones muy bien ensayados por estas parejas venidas de la capital, por ejemplo "El twist del martillo”, "Despeinada”, "Santiago querido”, etc. A los viejos no les gustaba esa música, mucho menos el pelo largo de sus muchachos, sus camisas multicolores, ni sus botines con taquitos "mariconadas” decían entre ellos, aunque no faltaron algunos que hasta aprendieron los pasos con gran destreza, pero cuando terminaba marzo terminaba también esta alegría, pues los jóvenes universitarios regresaban a la costa, los despedíamos en el alto de "Añunca” en medio de lagrimas y sollozos, pues  los veríamos  otra vez, después de un largo año. 

Con Abril llegaba la alegría fugaz de los primeros días de escuela y de la fiesta de "Santo Toribio” que duraba siete días, durante la cual el pueblo se llenaba de música, de gente y de novedad, pero en Mayo retornaba la tranquilidad cotidiana que se apoderaba de su iglesia, de la plaza de armas, de la calle del mercado, de los cuatro "altos” por donde se llegaba al pueblo y también de los corazones de los pahuarpacinos, haciéndose tan densa algunos días que no faltaban quienes la rompían inventado entre dichos para pelarse con sus vecinos. Un día de esos, cuando aun dormíamos, nuestra madre entro alborozada- Levántense hijos, levántense a ver a unos curitas que han llegado anoche, son españoles, yo acabo de verlos en la puerta de la iglesia- La novedad nos hizo dejar el desayuno servido. Con mi hermano menor llegamos corriendo a la iglesia que casi  nunca se abría, por eso el tiempo se encontraba detenido entre las bancas, entre los baldaquines de los altares, en las bisagras oxidadas de las puertas, en las vigas donde anidaban los guananayes y mas aun en la caja áurea del sagrario, frente a la cual transitábamos contritos y genuflexos, atravesamos corriendo todo lo largo de la gran nave, hasta la sacristía, donde encontramos a los padres rodeados de otros niños que nos habían ganado en llegar, su  mirar era distinto y amigable, nos precipitamos al abrazo ˆ Buenos días padrecitos- Olían a colonia y a tabaco fino - ¿Cómo os llamáis eh? ˆ Su actitud daba confianza ˆ Yo me llamo Luís y mi hermanito Manuel ˆ siguieron llegando otros niños y de pronto la sacristía estuvo repleta; por eso el padre que parecía el jefe nos invito  al traspatio de la casa parroquial, invadida por juajancos, zarzas, enredaderas y nabos, donde zumbaban los moscones y anidaban las palomas; nos dijo que se llamaba Juan y arrojó sobre nuestras cabezas una lluvia torrencial de caramelos y unos dulcecitos ovalados muy deliciosos - Cojan los huevitos de codorniz - decía con su ademán juguetón y su acento español.

    Esa mañana llegamos con retraso a la escuela, por eso el director castigó con furor a toda la formación, pero no terminó con los reglazos, porque el alboroto de los profesores anunció que alguien importante ingresaba por el portón, era el padre Juan que apenas llegado quiso conocer la escuela. Era alto, delgado, muy blanco, joven aun, pero el contraste de una avanzada alopecia le daba un aspecto muy singular; llevaba la sotana levantada de un costado asida al cordón de la cintura. Abrazó con familiaridad a don „Misa” nuestro pequeño y furibundo director, bromeo con los profesores, y trepado en el proscenio nos hizo rezar un padrenuestro y un ave Maria, luego remangándose otra vez la sotana nos narró esta historia con gracia y desenvoltura.

    „Lo que voy a contaros sucedió en un lugar de España hace mucho tiempo, pues resulta que en ese lugar había un tontuelo como de unos veinte a quién  llamaban „Tripudio”, cuyo oficio era cuidar de los cerdos: Un mal día desapareció la custodia de la iglesia, lo cual causo mucho temor e indignación en toda la comarca, pues era una joya sagrada muy valiosa. La policía apresó a un grupo de sospechosos compuesto por moros y gitanos, pero tuvo que liberarlos por falta de pruebas, con lo que el temor al cielo se acrecentaba cada día, pero al séptimo,  cuando ya la angustia se transformaba en pavor y hacia presa de los fieles reunidos en el atrio de la iglesia, apareció „Tripudio” con el rostro iluminado, empuñando aun su vergajo ˆ No lloréis hermanas ˆ dijo, dirigiéndose a las mujeres que gemían ˆ pues yo se quien se ha  robado la custodia ˆ La algarabía fue general y todos rodearon al enviado, pero éste encarándose al prior  puso sus condiciones ˆ pero lo diré, si me hacéis una procesión por toda la calle real ˆ Entonces los gallegos presurosos ataviaron una anda con dosel, como en días de fiesta y en ella montaron a „Tripudio” aderezado con fantasías de los pies a la cabeza. Se inicio la procesión con cánticos incienso y matracas deteniéndose la anda en las esquinas para que los procesionantes supliquen en coro:
    -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaa? ˆ Tornando los ojos al cielo y también en tono de misa cantada, el héroe contestaba.
        -¡Mas adelante lo direeeé! ˆ

    Los creyentes, creyendo en tal promesa continuaban la marcha con unción, remudándose a cada paso los cargadores, pues el tontuelo pesaba como un aljibe. En cada esquina aumentaba la curiosidad y las brigadas organizadas en secreto preparaban el garrote para castigar al profanador. Cuando al final del bullicioso trafago llegaron al lugar desde donde habían partido, pues la calle real tenia la forma de un anillo, la anda se detuvo y ahí en medio de gran expectación un gran coro de creyentes y también de curiosos elevo su plegaria al enviado:
        -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaa? ˆ
Poniéndose de pie y obsequiando una enigmática sonrisa a los cuatro vientos, el tontuelo contesto:
        -¡La robaron los ladrones!”
        Esta historia la repitió con mucha gracia el padre Juan hasta hacerla muy conocida en toda la „comarca” donde no se cansaban de escucharla y disfrutarla.

    Los sacerdotes extranjeros pronto se ganaron el cariño de toda la población, especialmente de los niños a quienes nos adiestraron en el oficio religioso, éramos como treinta infaltables en la casa parroquial repleta de juegos exóticos y adiccionates como el ludo, las damas, el ajedrez, el domino entre los que recuerdo. Aprendimos a doblar y desdoblar todo el paramento, alcanzar las vinajeras, tocar las campanillas  a la hora de la elevación y las campanas de la torre para llamar a la misa; y en brigadas entusiastas barríamos la iglesia y quitábamos el polvo de los altares. Fue en esos días que don "Rosho” el viejo sacristán, amigo de mi primo Fermín, se retiro a morir en su casita sobre el pueblo, llevándose consigo las matracas, las procesiones del Corpus Christi, los bailes de las pastoras junto al altar mayor y muchas otras costumbres que los curas desecharon. Ante el asombro de los mayores, los niños nos disputábamos por hacer los mandados de los curas: Unos a lavar su Jeep, otros atraer o dejar en el pasto a  "Llamarada” su hermoso caballo obsequiado por un hacendado o a comprarle la comida a "Andaluza” una perra muy hermosa de "pastor alemán” traída después  por la monjitas, quienes se instalaron en una casa de la alameda, muy espaciosa de aspecto conventual, ellas cuidaban con esmero a "Andaluza”, hasta le asignaron una habitación confortable con una ventana a la calle, por la cual nos asomábamos de cuando en cuando a observar la belleza huraña del animal en cautiverio.

    Así transcurrieron tres años infantiles de felicidad parroquial, que empezó a esfumarse un día que mi madre comento en la mesa "que mal esta que el padre Juan, el de la cabeza pequeña, haga diferencias entre los niños, solo por que son morenitos o están mal vestidos”, sin levantar la mirada mi padre replicó con indiferencia: "esos españoles son así”. Efectivamente el padre Juan prefería para las misas de los domingos al Oscar y al Edwin y para las misas de las fiestas de los pueblos a Gumersindo y a Rolando, niños ya mayores, blancos y bien presentados. 

Un domingo cuando la municipalidad hacia instalar unos juegos mecánicos en la alameda, la misa debía empezar, pero los monaguillos predilectos no llegaban, entonces Fray Paco dispuso que yo y Fermín tomemos su lugar para salir del apuro, mas el diablo quiso que cuando  los fieles  ya estaban de pie y nosotros ensotanados nos dirigíamos delante del cura Juan hacia el altar mayor, llegaron resoplando los preferidos que sin saludar ni santiguarse entraron corriendo a la sacristía, de donde egresaron en un santiamén convertidos en relucientes monagos dominicales, tomando luego nuestro lugar con ligeros empelloncitos al soslayo tolerante del cura que en ese momento besaba la Biblia. Cabizbajos nos regresamos a la sacristía, donde nos despojamos de las sotanas y desdeñando el reglamento parroquial abandonamos la iglesia en plena misa, sintiendo que el rescoldo escarbado por mi madre se convertía en una gran braza, que en la gradería del atrio estallo:
          -Primo que te parece si nos vengamos del cura Juan ˆ A Fermín no le sorprendió mi propuesta, y accedió de inmediato.
          -Claro, yo estaba pensando en lo mismo. Mira esta mañana me encontré con doña Magna, la cocinera de los curas, ella me ha contado que la „Andaluza” esta con su „mal”- ¿y? ˆ lo demás te lo digo en el camino, ¡Vamos! Que ya se acaba la misa-

    Llegamos corriendo a la casa de la abuelita Maura y cogimos en brazos a "Niqui”, un perrito posiblemente con sangre de allqu, muy cariñoso, pero seco y revejido como las papas amargas de la puna, presurosos llegamos hasta la casa conventual y entre los dos introdujimos al allqu entre los barrotes de la ventana de la habitación de la "Andaluza”, donde ella lo esperaba cándida y temblorosa. Cuando la madre Catalina abrió la celda de los desposados fue tanta su sorpresa que dejo caer la escudilla con comida al piso, de lo que aprovecho nuestro galán para darse a la fuga, pero después de recibir varios garrotazos de las monjas y de doña Magna que no podía contener la risa.

    La madre Soledad denuncio este hecho a la policía y mi primo fue a parar al puesto. Decía la monja enfurecida - Sargento, tiene que castigar esta aberración, pues le han dejado el vientre sucio a "Andaluza” -  Pero madrecita el dueño del perrito no tiene la culpa - contestaba el guardia Colchado entre serio y risueño, lo que enfurecía mas a la franciscana, que ya vociferaba - Este gamberro tiene algo que ver lo leo en su cara, por favor que venga el padre Juan.

    Apenas enterado el padre Juan se sumo a la querella y recordando el desaire de la misa , le ordeno al sargento- traigan al otro gamberro, los dos tienen que ver - Como yo estaba parado frente al puesto, el guardia Virgilio me condujo cogido de una oreja - Hoy te vamos a colgar sino hablas ˆ Ya el tumulto era grande y no faltaban las risitas solapadas cuando conocían el agravio, lo cual enfurecía mas a nuestros acusadores, por lo que el temor comenzó a invadirme, pero pronto se desvaneció ante la actitud serena de mi compañero, que pidió hablar a solas con el padre Juan . Entonces nos trasladaron a la oficina privada del sargento y antes que ingresara el español, Fermín me dijo en voz baja-

    -¿Te acuerda del cuento de "Tripudio”?, me ayudaras a recitarlo, Tu harás las preguntas del coro - ante mi asombro continuó - ¡Tu has nomas lo que te digo! ˆ En ese momento ingreso el padre Juan, esta vez su mirada zaina me recordaba al judas del cuadro empolvado de la sacristía y no dejaba de asustarme- Haber gamberros hablen de una vez, que ya le di instrucciones al sargento para que os castigue duramente - Súbitamente mi primo empezó a recitar  la historia de "Tripudio”, pronunciando como español la "C”, la "S” y la "Z” - "lo que voy a contaros” todo lo repetía con excelente memoria, ruborizándose, empalideciendo, pero sin perder la gracia ni el aplomo, pronto se llego a la parte cantada, que con mucha dificultad pude hacer:
    -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaaa? ˆ A lo que el improvisado tontuelo contesto
    -Más adelante lo diré-

    Fermín siguió recitando la historia, mientras su mentor lo miraba curioso y desconcertado, creo que un poco divertido, pero cuando la historia llegaba al principio, el temor volvió a invadirme, ante la posible azotaina de mi padre, la reprimenda de mi madre y quizás la colgada que nos ofreció el guardia Virgilio, por lo que cante temblando el último coro:
    -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaa? ˆ Mirándolo con insolencia, con voz serena y modulada mi primo contesto:
-    ¡La cambio el Juaaan ¡ -

        Al día siguiente en la escuela, todos querían saber de mi boca, porque nos habían llevado a la comisaría, porque nos habían soltado tan rápido y porque el padre Juan había pasado cabizbajo delante de la gente. En mi aula se reunieron los curiosos, yo les conté la aventura de "Niqui”, pero las otras preguntas no supe absolverlas y pasados unos días el padre Juan hizo sus maletas y se marcho para siempre de Pahuarpaz.

domingo, 15 de febrero de 2015

La muerte de Javier Diez Canseco es un vacío enorme, es de los irremplazables.

Entrevista a César Hildebrandt, Por: Luis García Rojas



 
-Hace poco falleció el dictador argentino Rafael Videla. Murió en prisión, sin jamás arrepentirse de nada. Aquí Alberto Fujimori tampoco se arrepiente de nada, pero exige su libertad. ¿Perdonarán a Ollanta Humala sus electores, la historia, si lo indulta ahora?

 
Videla ha tenido el mérito de morir en su ley. Ha muerto como lo que es, un fascista sin arrepentimiento y un jefe de asesinos que creyó que estaba cumpliendo un deber patriótico exterminando gente. Pero no pidió perdón, ni tampoco estuvo merodeando la figura de la amnistía, ni del indulto, ni del sobreseimiento, ni de la conmutación de penas. Murió arrogante, como lo que es. Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido construir. Si Humala se lo da, cometerá una ofensa gravísima a las víctimas, a sí mismo, a sus promesas y al honor del cargo.
 
-Una lectura de la salida de Eda Rivas de Justicia es que ella era un obstáculo para el indulto. Usted, además, no descarta una alianza de Humala y el fujimorismo. ¿No sería esto un suicidio político?
 
Cuando uno olvida sus promesas y cuando arroja al tacho su propio programa, ya nada sorprende. Cuando uno cruza la línea de lo que puede ser permitido, nada puede ser excesivo, ni atroz, ni sorprendente. Me puedo imaginar una alianza, si no inmediata, mediata, entre el nacionalismo y el fujimorismo, alrededor de tres o cuatro ideas. Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es decir, de Humala espero todo.
 
-Mientras todos hablan de una reelección conyugal, usted descarta la postulación de Nadine. ¿Realmente cree que no lo hará?
 
Creo que no podrá, no digo que no quiera, pero hay demasiadas restricciones formales y políticas que no podrá vencer. Además, el ejercicio casi pleno de autoridad que hace ahora la va a fatigar; al 2016 ella va a llegar un poquito cansada de gobernar.
 
-Esa idea se ha asentado en muchos tras el intento de compra de Repsol. Si ella es “el sentido común de la derecha”, ¿qué sentido común representa Humala?
 
El del Ejército, probablemente; no velasquista, sino uno replegado, lleno de culpas, de infamias, lleno de merecimientos también, pero que ya no es fuente de doctrina ni de ideología. Humala es el intérprete de una cierta autoridad arbitral dentro del sistema liberal, que es el papel que le asigna al Ejército. 
 
-Si Humala representa eso, y Nadine no postulará, ¿cuál es el horizonte del nacionalismo entonces?
 
Breve. Es un fenómeno episódico y minúsculo. No hablamos de un partido con fundamentos o que pertenezca a una organización internacional. Es una anécdota personal que tuvo su apogeo en 2011 al ganar las elecciones, azarosamente, con votos prestados, y terminará en tanto Humala termine como presencia política. Muere el nacionalismo y se acabó, como murió el odriismo, el pradismo, todos los ismos y los caudillismos por más que se disfrazaran. El pierolismo se disfrazó de partido demócrata, el cacerismo de partido nacional. Pero estamos hablando de caudillos del tamaño de Piérola, Cáceres, Odría, y ahora hablamos del cositismo; este es el cositismo.
 
-¿Ve posible que Alejandro Toledo pueda ser el candidato aliado del nacionalismo en 2016?
 
Pero esa es una alianza entre dos medianías en trance de disolverse. ¿Qué es el partido de Toledo? Él tampoco es una alternativa. El 2016, pase lo que pase, fuese cual fuese el anecdotario, la derecha va a ganar. Gana la derecha con candidato propio o con uno prestado que ofrezca un programa de centro que luego traicionará.
 
 
-¿Y es posible que aparezca una alternativa de centro?
 
Lo que tiende a aparecer es una izquierda ambientalista, que considera que el problema es planetario, que el modelo de desarrollo es insostenible, que lo que venden como crecimiento no es tal, lo que venden como consumo no es felicidad, lo que venden como metas a seguir no son metas, sino suicidios ecológicos. Esa izquierda está germinando. Tierra y Libertad es una expresión de eso, todavía en semilla, pero está. Es una esperanza.
 
-Hablando de la izquierda, hace poco murió Javier Diez Canseco. ¿Qué significa su partida para el país?
 
La muerte de Javier es un vacío enorme, es de los irremplazables. Javier no tiene recambio; nadie que pueda sustituirlo como referente, como figura, con convocatoria personal. La izquierda ha descuidado mucho sus cuadros, la construcción partidaria o frentista, y buena parte del funcionariado liberal de hoy se nutre de las filas de exizquierdistas que han pasado a vivir bien sirviendo al sistema. No olvide quién fue Favre; un revolucionario, casi extremista, trotskista, apocalíptico, dueño de discurso de incendio mundial del sistema, y mire dónde está.
 
-Diez Canseco fue un gran luchador contra la corrupción. Se le impidió que dirigiera la Megacomisión y ahora este grupo pide una acusación constitucional contra Alan García, quien parece asustado. ¿Prosperará?
 
Si viviéramos en un país decente, no tengo dudas de que esto se convertiría en un proceso judicial formal, y eventualmente en la cárcel del señor García, que es donde hace rato debía estar. Si no hubiese prescripción ni sobreseimiento, tendría que estar en la cárcel. Espero que ahora haya una reivindicación de la justicia y se pueda convertir en el proceso que hace rato debió afrontar el señor García.
 
-Si, como dice, en 30 años Humala será recordado en medio párrafo en las enciclopedias, ¿García cómo debería pasar a la historia?
 
Como el protagonista del segundo tomo de la corrupción en el Perú. Si se trata de párrafos y libros, ahí está su papel, tapa y contratapa. Es un maestro inigualable del confort mal habido, del dinero negro, de la comisión indemostrable, de la coima sin huellas y del saqueo del erario público. Y que me enjuicie si se atreve.
 
-Si Nadine no postulará, García llegará al 2016 manchado por las investigaciones, Toledo sigue en el lío de las propiedades de su suegra, Keiko perdida con el indulto, y la izquierda no existe, ¿no es el escenario perfecto para algún outsider, un Antauro?
 
¿Pero qué es un outsider en Perú? Fujimori, Kuczynski, Humala lo eran… En realidad en la política peruana tan destruida, sin partidos, o con estos tan corrompidos, ya todos son outsiders, transeúntes, repentistas. Que pueda aparecer cualquiera, ajeno, sí, pero sería lo mismo. Mientras el electorado tenga esa resignación, de aceptar los contrabandos, que un candidato incumpla su programa, que la derecha gobierne ganando o perdiendo, estos desarrollos electorales o jornadas cívicas serán rituales. Seguiremos en lo mismo al margen de quien gane. La política peruana es una fiesta de carnaval veneciano, con máscaras, donde nadie sabe quién es quién, con promiscuidad, donde la señora sale encinta y no sabe de quién.
 
-¿Qué ha hecho más daño a la política, la corrupción o este constante transfuguismo?
 
La destrucción de la vida partidaria. El Apra es un club de amigos de Alan, el Partido Comunista es un cascarón vacío, el Partido Socialista ya vemos, la democracia cristiana dejó de existir y dio paso al PPC, que es un club aristocrático nacional con ciertas pretensiones, y los demás son ismos de bolsillo. En un mundo sin partidos, la posibilidad del figuretismo frívolo, de la anomia, y de lo anético, es una gran posibilidad. Chile tiene aun en eso la ventaja de haber conservado partidos, y Colombia. Ecuador es un caso especial, donde Corea sustituye al partido, con su personalidad que genera ilusión. Evo es otro caudillo que no necesita de partidos. Pero son casos atípicos. En Perú no hay ni uno ni lo otro. El drama del pueblo es que está irrepresentado. La franquicia pueblo no está representada.
 
“Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido construir”
 
“Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es decir, de Humala espero todo”
 
“Nadine, al 2016, va a llegar un poquito cansada de gobernar”
 
 
“Soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos”
 
-Usted ha dicho que a la prensa, al periodismo, le falta o ha perdido capacidad de indignación. ¿Cómo ve al periodismo peruano en tiempos de esta aparente democracia, del piloto automático?

 
Hay dos miradas. En la prensa escrita la hegemonía de la derecha es clarísima, aunque legítima, pues la izquierda no puede construir medios. La otra es la radio y la televisión. Creo que es el peor momento de la televisión informativa del Perú. Esto comenzó cuando la derecha se dio cuenta de que no podía dar concesiones. Y ha terminado con esta monotonía, esta cacofonía editorial que es la televisión. Todo está bien siempre que esté dentro del sistema. Ningún cuestionamiento esencial, ningún debate sobre cosas de verdad importantes. Se puede atacar a ministros, pero no al sistema. Eso produce esta grisura unánime de la televisión.
 
-¿Y la radio?
 
La radio es patética; solo hay una y está en manos de Alan, porque dos de sus mayores locutores son empleados suyos y porque él trató bien a esa emisora en su segundo periodo. No pretende informar sino adoctrinar. Son medios masivos. La prensa escrita es lo exquisito. Pero la gente forma opinión con la televisión y la radio. Soy de prensa escrita pero reconozco mis limitaciones.
 
-Pero usted ha hecho televisión mucho tiempo.
 
Sí, y me botaron por eso. Yo fui el último de los entrometidos, topos, detectado a tiempo y arrojado de la televisión.
 
-¿Sigue sin extrañarla un poco?
 
Ahora menos que nunca. No la extraño nada.
 
-¿Aun si le ofrecieran un espacio libre?
 
Si tuviera que descuidar el semanario, no lo haría. Ni siquiera lo pensaría. No quisiera ser, además, la cuartada para que se dijera que hay libertad de expresión. “Ahí está Hildebrandt”, como alguna vez dijeron. No quisiera volver a ser esa coartada.
 
-¿Sigue pensando sacar un libro sobre su paso por la televisión?
 
Lo he parado porque el semanario es una dulce esclavitud. No hago sino leer y trabajar en el semanario. La mitad del tiempo leo, y la mitad trabajo. No sé si lo terminaré.
 
-Y con la televisión, ¿ha tenido una relación de amor y odio, o más odio que amor?
 
La televisión me enamoró, yo nunca sentí por ella amor. Tuve una relación pragmática; sabía de su cobertura, de su poderío, lo que se podía hacer y me interesaba. Pero nunca me enamoré en el sentido que nunca me creí el hombre poderoso, ni el constructor de opiniones, ni el corrector de defectos, ni nada de lo que decían. Nunca me la creí. Siempre supe que era fugaz e ilusoria. Entonces, cuando me fui, no me suicidé ni deprimí. Cuando me fui echado, además. La televisión tiene un mérito, la intensidad, la inmediatez y su influencia. Pero tiene un demérito peligrosísimo: exige un nivel elemental del lenguaje y contenido. A uno lo apagan si quiere ser fino. La televisión exige lenguajes primarios, guiones muy precocidos. Uno termina con el léxico lesionado, elemental.
 
-¿Guarda rencor a alguien?
 
No, no tengo tiempo de rencores. El rencor destruye al que lo siente, no al destinatario. No he tenido tiempo de sentir rencor, y creo que tampoco debería haberlo sentido. He librado batallas, ganado algunas, perdido otras, he sido combatiente crónico, he tenido encontronazos y muchos afectos y filiaciones. Así que para mí el saldo es magnífico. No recuerdo nada que me avergüence y nada que me haya lesionado. He seguido mi camino modestamente, obstinadamente, y nadie puede decir que me compró o alquiló. Y ahora podría decir ni que me melló. De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma energía. Y no tomo nada, solo decisiones.
 
-En 2011 decía que “Hildebrandt en sus trece” es una satisfacción porque se puede dar el lujo de escribir lo que le dé la gana sin depender de la publicidad. ¿Es a lo que se debe aspirar?
 
No creo que nadie que escribe en prensa no sueñe con tener el medio donde no le deba a nadie, que pueda ejercer la libertad con las restricciones de la responsabilidad. Cuando digo que escribo lo que me da la gana, no es lo que me nazca del forro o de la ira o de un mal momento, sino lo que razonablemente pueda decir con respaldo documental.
 
-Ahora que está casado con Rebeca, ¿siguen durmiendo en casas separadas?
 
Es un arreglo a lo Woody Allen; ella vive al frente, cruzamos y nos encontramos. En realidad vivimos juntos, pero en departamentos separados, porque cada uno requiere de espacios y eventuales soledades, aislamientos, que mutuamente respetamos. Es una buena solución. Somos dos personalidades fuertes y a veces estas pequeñas lejanías nos hacen bien. Cuando estamos juntos somos absolutamente felices.
 
-Entonces se define como una persona feliz.
 
No tengo dudas. Soy una persona feliz y creo que soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos. Al final, la felicidad es una suerte de sabiduría adquirida, la pasión excesiva no necesariamente trae felicidad. Y con los años uno puede priorizar de una manera un poco más prudente lo que vale la pena. Y lo que tengo ahora es eso, lo que vale la pena.

Fuente: Diario16