domingo, 1 de marzo de 2015

EL ROBO DE LA CUSTODIA (cuento)





                                                           (Foto prestada)



Autor: Alejandro Cerqueira Cruzalegui, Trujillo, Perú,


 En ese tiempo cuando llegaron los padrecitos españoles a Pahuarpaz no había carretera, tampoco había cine, ni televisión. Las novedades del mundo moderno las llevaban los que estudiaban en la costa, cuando en ruidosas caravanas llegaban a pasar sus vacaciones de fin de año. Ellos llevaron la música de los Beatles, las tonadas de Leo Dan, bailes como el  twist, el rock, la cumbia; cada quien al abrir la maleta sacaba a relucir los paquetes de discos de 45 rpm. con estos nuevos sones muy bien ensayados por estas parejas venidas de la capital, por ejemplo "El twist del martillo”, "Despeinada”, "Santiago querido”, etc. A los viejos no les gustaba esa música, mucho menos el pelo largo de sus muchachos, sus camisas multicolores, ni sus botines con taquitos "mariconadas” decían entre ellos, aunque no faltaron algunos que hasta aprendieron los pasos con gran destreza, pero cuando terminaba marzo terminaba también esta alegría, pues los jóvenes universitarios regresaban a la costa, los despedíamos en el alto de "Añunca” en medio de lagrimas y sollozos, pues  los veríamos  otra vez, después de un largo año. 

Con Abril llegaba la alegría fugaz de los primeros días de escuela y de la fiesta de "Santo Toribio” que duraba siete días, durante la cual el pueblo se llenaba de música, de gente y de novedad, pero en Mayo retornaba la tranquilidad cotidiana que se apoderaba de su iglesia, de la plaza de armas, de la calle del mercado, de los cuatro "altos” por donde se llegaba al pueblo y también de los corazones de los pahuarpacinos, haciéndose tan densa algunos días que no faltaban quienes la rompían inventado entre dichos para pelarse con sus vecinos. Un día de esos, cuando aun dormíamos, nuestra madre entro alborozada- Levántense hijos, levántense a ver a unos curitas que han llegado anoche, son españoles, yo acabo de verlos en la puerta de la iglesia- La novedad nos hizo dejar el desayuno servido. Con mi hermano menor llegamos corriendo a la iglesia que casi  nunca se abría, por eso el tiempo se encontraba detenido entre las bancas, entre los baldaquines de los altares, en las bisagras oxidadas de las puertas, en las vigas donde anidaban los guananayes y mas aun en la caja áurea del sagrario, frente a la cual transitábamos contritos y genuflexos, atravesamos corriendo todo lo largo de la gran nave, hasta la sacristía, donde encontramos a los padres rodeados de otros niños que nos habían ganado en llegar, su  mirar era distinto y amigable, nos precipitamos al abrazo ˆ Buenos días padrecitos- Olían a colonia y a tabaco fino - ¿Cómo os llamáis eh? ˆ Su actitud daba confianza ˆ Yo me llamo Luís y mi hermanito Manuel ˆ siguieron llegando otros niños y de pronto la sacristía estuvo repleta; por eso el padre que parecía el jefe nos invito  al traspatio de la casa parroquial, invadida por juajancos, zarzas, enredaderas y nabos, donde zumbaban los moscones y anidaban las palomas; nos dijo que se llamaba Juan y arrojó sobre nuestras cabezas una lluvia torrencial de caramelos y unos dulcecitos ovalados muy deliciosos - Cojan los huevitos de codorniz - decía con su ademán juguetón y su acento español.

    Esa mañana llegamos con retraso a la escuela, por eso el director castigó con furor a toda la formación, pero no terminó con los reglazos, porque el alboroto de los profesores anunció que alguien importante ingresaba por el portón, era el padre Juan que apenas llegado quiso conocer la escuela. Era alto, delgado, muy blanco, joven aun, pero el contraste de una avanzada alopecia le daba un aspecto muy singular; llevaba la sotana levantada de un costado asida al cordón de la cintura. Abrazó con familiaridad a don „Misa” nuestro pequeño y furibundo director, bromeo con los profesores, y trepado en el proscenio nos hizo rezar un padrenuestro y un ave Maria, luego remangándose otra vez la sotana nos narró esta historia con gracia y desenvoltura.

    „Lo que voy a contaros sucedió en un lugar de España hace mucho tiempo, pues resulta que en ese lugar había un tontuelo como de unos veinte a quién  llamaban „Tripudio”, cuyo oficio era cuidar de los cerdos: Un mal día desapareció la custodia de la iglesia, lo cual causo mucho temor e indignación en toda la comarca, pues era una joya sagrada muy valiosa. La policía apresó a un grupo de sospechosos compuesto por moros y gitanos, pero tuvo que liberarlos por falta de pruebas, con lo que el temor al cielo se acrecentaba cada día, pero al séptimo,  cuando ya la angustia se transformaba en pavor y hacia presa de los fieles reunidos en el atrio de la iglesia, apareció „Tripudio” con el rostro iluminado, empuñando aun su vergajo ˆ No lloréis hermanas ˆ dijo, dirigiéndose a las mujeres que gemían ˆ pues yo se quien se ha  robado la custodia ˆ La algarabía fue general y todos rodearon al enviado, pero éste encarándose al prior  puso sus condiciones ˆ pero lo diré, si me hacéis una procesión por toda la calle real ˆ Entonces los gallegos presurosos ataviaron una anda con dosel, como en días de fiesta y en ella montaron a „Tripudio” aderezado con fantasías de los pies a la cabeza. Se inicio la procesión con cánticos incienso y matracas deteniéndose la anda en las esquinas para que los procesionantes supliquen en coro:
    -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaa? ˆ Tornando los ojos al cielo y también en tono de misa cantada, el héroe contestaba.
        -¡Mas adelante lo direeeé! ˆ

    Los creyentes, creyendo en tal promesa continuaban la marcha con unción, remudándose a cada paso los cargadores, pues el tontuelo pesaba como un aljibe. En cada esquina aumentaba la curiosidad y las brigadas organizadas en secreto preparaban el garrote para castigar al profanador. Cuando al final del bullicioso trafago llegaron al lugar desde donde habían partido, pues la calle real tenia la forma de un anillo, la anda se detuvo y ahí en medio de gran expectación un gran coro de creyentes y también de curiosos elevo su plegaria al enviado:
        -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaa? ˆ
Poniéndose de pie y obsequiando una enigmática sonrisa a los cuatro vientos, el tontuelo contesto:
        -¡La robaron los ladrones!”
        Esta historia la repitió con mucha gracia el padre Juan hasta hacerla muy conocida en toda la „comarca” donde no se cansaban de escucharla y disfrutarla.

    Los sacerdotes extranjeros pronto se ganaron el cariño de toda la población, especialmente de los niños a quienes nos adiestraron en el oficio religioso, éramos como treinta infaltables en la casa parroquial repleta de juegos exóticos y adiccionates como el ludo, las damas, el ajedrez, el domino entre los que recuerdo. Aprendimos a doblar y desdoblar todo el paramento, alcanzar las vinajeras, tocar las campanillas  a la hora de la elevación y las campanas de la torre para llamar a la misa; y en brigadas entusiastas barríamos la iglesia y quitábamos el polvo de los altares. Fue en esos días que don "Rosho” el viejo sacristán, amigo de mi primo Fermín, se retiro a morir en su casita sobre el pueblo, llevándose consigo las matracas, las procesiones del Corpus Christi, los bailes de las pastoras junto al altar mayor y muchas otras costumbres que los curas desecharon. Ante el asombro de los mayores, los niños nos disputábamos por hacer los mandados de los curas: Unos a lavar su Jeep, otros atraer o dejar en el pasto a  "Llamarada” su hermoso caballo obsequiado por un hacendado o a comprarle la comida a "Andaluza” una perra muy hermosa de "pastor alemán” traída después  por la monjitas, quienes se instalaron en una casa de la alameda, muy espaciosa de aspecto conventual, ellas cuidaban con esmero a "Andaluza”, hasta le asignaron una habitación confortable con una ventana a la calle, por la cual nos asomábamos de cuando en cuando a observar la belleza huraña del animal en cautiverio.

    Así transcurrieron tres años infantiles de felicidad parroquial, que empezó a esfumarse un día que mi madre comento en la mesa "que mal esta que el padre Juan, el de la cabeza pequeña, haga diferencias entre los niños, solo por que son morenitos o están mal vestidos”, sin levantar la mirada mi padre replicó con indiferencia: "esos españoles son así”. Efectivamente el padre Juan prefería para las misas de los domingos al Oscar y al Edwin y para las misas de las fiestas de los pueblos a Gumersindo y a Rolando, niños ya mayores, blancos y bien presentados. 

Un domingo cuando la municipalidad hacia instalar unos juegos mecánicos en la alameda, la misa debía empezar, pero los monaguillos predilectos no llegaban, entonces Fray Paco dispuso que yo y Fermín tomemos su lugar para salir del apuro, mas el diablo quiso que cuando  los fieles  ya estaban de pie y nosotros ensotanados nos dirigíamos delante del cura Juan hacia el altar mayor, llegaron resoplando los preferidos que sin saludar ni santiguarse entraron corriendo a la sacristía, de donde egresaron en un santiamén convertidos en relucientes monagos dominicales, tomando luego nuestro lugar con ligeros empelloncitos al soslayo tolerante del cura que en ese momento besaba la Biblia. Cabizbajos nos regresamos a la sacristía, donde nos despojamos de las sotanas y desdeñando el reglamento parroquial abandonamos la iglesia en plena misa, sintiendo que el rescoldo escarbado por mi madre se convertía en una gran braza, que en la gradería del atrio estallo:
          -Primo que te parece si nos vengamos del cura Juan ˆ A Fermín no le sorprendió mi propuesta, y accedió de inmediato.
          -Claro, yo estaba pensando en lo mismo. Mira esta mañana me encontré con doña Magna, la cocinera de los curas, ella me ha contado que la „Andaluza” esta con su „mal”- ¿y? ˆ lo demás te lo digo en el camino, ¡Vamos! Que ya se acaba la misa-

    Llegamos corriendo a la casa de la abuelita Maura y cogimos en brazos a "Niqui”, un perrito posiblemente con sangre de allqu, muy cariñoso, pero seco y revejido como las papas amargas de la puna, presurosos llegamos hasta la casa conventual y entre los dos introdujimos al allqu entre los barrotes de la ventana de la habitación de la "Andaluza”, donde ella lo esperaba cándida y temblorosa. Cuando la madre Catalina abrió la celda de los desposados fue tanta su sorpresa que dejo caer la escudilla con comida al piso, de lo que aprovecho nuestro galán para darse a la fuga, pero después de recibir varios garrotazos de las monjas y de doña Magna que no podía contener la risa.

    La madre Soledad denuncio este hecho a la policía y mi primo fue a parar al puesto. Decía la monja enfurecida - Sargento, tiene que castigar esta aberración, pues le han dejado el vientre sucio a "Andaluza” -  Pero madrecita el dueño del perrito no tiene la culpa - contestaba el guardia Colchado entre serio y risueño, lo que enfurecía mas a la franciscana, que ya vociferaba - Este gamberro tiene algo que ver lo leo en su cara, por favor que venga el padre Juan.

    Apenas enterado el padre Juan se sumo a la querella y recordando el desaire de la misa , le ordeno al sargento- traigan al otro gamberro, los dos tienen que ver - Como yo estaba parado frente al puesto, el guardia Virgilio me condujo cogido de una oreja - Hoy te vamos a colgar sino hablas ˆ Ya el tumulto era grande y no faltaban las risitas solapadas cuando conocían el agravio, lo cual enfurecía mas a nuestros acusadores, por lo que el temor comenzó a invadirme, pero pronto se desvaneció ante la actitud serena de mi compañero, que pidió hablar a solas con el padre Juan . Entonces nos trasladaron a la oficina privada del sargento y antes que ingresara el español, Fermín me dijo en voz baja-

    -¿Te acuerda del cuento de "Tripudio”?, me ayudaras a recitarlo, Tu harás las preguntas del coro - ante mi asombro continuó - ¡Tu has nomas lo que te digo! ˆ En ese momento ingreso el padre Juan, esta vez su mirada zaina me recordaba al judas del cuadro empolvado de la sacristía y no dejaba de asustarme- Haber gamberros hablen de una vez, que ya le di instrucciones al sargento para que os castigue duramente - Súbitamente mi primo empezó a recitar  la historia de "Tripudio”, pronunciando como español la "C”, la "S” y la "Z” - "lo que voy a contaros” todo lo repetía con excelente memoria, ruborizándose, empalideciendo, pero sin perder la gracia ni el aplomo, pronto se llego a la parte cantada, que con mucha dificultad pude hacer:
    -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaaa? ˆ A lo que el improvisado tontuelo contesto
    -Más adelante lo diré-

    Fermín siguió recitando la historia, mientras su mentor lo miraba curioso y desconcertado, creo que un poco divertido, pero cuando la historia llegaba al principio, el temor volvió a invadirme, ante la posible azotaina de mi padre, la reprimenda de mi madre y quizás la colgada que nos ofreció el guardia Virgilio, por lo que cante temblando el último coro:
    -Dinos „Tripudio” ¿Quién se robo la custodiaaaa? ˆ Mirándolo con insolencia, con voz serena y modulada mi primo contesto:
-    ¡La cambio el Juaaan ¡ -

        Al día siguiente en la escuela, todos querían saber de mi boca, porque nos habían llevado a la comisaría, porque nos habían soltado tan rápido y porque el padre Juan había pasado cabizbajo delante de la gente. En mi aula se reunieron los curiosos, yo les conté la aventura de "Niqui”, pero las otras preguntas no supe absolverlas y pasados unos días el padre Juan hizo sus maletas y se marcho para siempre de Pahuarpaz.